Galleta es una jerbita que ahora tiene algo más de año y medio. Lleva un año conmigo. Después de que perdiera a sus hermanitos y se quedase sola, Lety pidió ayuda para darle un hogar, así que decidí hacerle un hueco en nuestra casa. Llegó con mucho miedo después de una experiencia un poco traumática y nos ha costado casi un año que Galleta sea una jerbita feliz, que no tenga miedo, que se lo pase genial trepando por una toalla y tirándose por la bañera como si fuera un tobogán o que juegue con otros animales, como un perro, sin sentirse una presa. Cuando llegó, era casi imposible verla. Menos aún, acariciarla. Se refugiaba en cualquier túnel de cartón o caseta. Poco a poco, comenzó a dejarse ver y a liberar tensiones en la rueda (le cogió tanto gusto que hasta rompió los anclajes de correr tan deprisa!). Unos meses más tarde, Galleta enfermó sin previo aviso. Llegué de trabajar y la encontré casi muerta. Apenas respiraba y estaba muy fría. Después supimos que estaba hibernando en lo que ella pensaba que serían sus últimas horas de vida. No podía dejarle ir sin más. La llevamos a un especialista y después de estar ingresada 4 días, nos dijeron que era diabética y había sufrido una recaída. Se quedó en 60 gramos. Aún con todo ello, con vitaminas, medicación diaria, buena alimentación y muchos mimos, Galleta se ha recuperado y ha vuelto a ser la reina de su terrario. El tamaño no importa cuando se trata de una mascota. Sus 80 gramos son absoluta felicidad para mí cuando por la mañana me levanto y voy a verla día tras día. Tan feliz, correteando y saltando sin parar.
A día de hoy, Galleta es una más de mi familia. Un miembro más en mi casa. Nuestros planes siempre la incluyen y las horas de juegos con ella y entrenamientos para hacerla feliz pasillo arriba y abajo, son de mis favoritas. Adoptarla fue una decisión de la cual estoy muy orgullosa. Y doy las gracias a Axla por haberla recogido y haber hecho que nuestras vidas se hayan cruzado.